Tras casi una intensa semana de música, baile, mascletás, tracas, desfiles, disfraces, fiesta, fiesta y más fiesta, llega el día de San Juan. La gente agota sus últimas horas, todos quieren visitar las Hogueras que aún no han tenido oportunidad de ver, la tarde va cayendo y los últimos pasacalles continúan alegrando y acompañando con sus bandas de música, sus Bellezas, comisionados y todo aquel que quiera apuntarse a tirar las últimas tracas del año que está a punto de finalizar.
Al caer la noche las mesas de los “Racós” y “Barracas” se disponen para que la cena no se retrase más de la cuenta; los comisionados preparan el Monumento, que en pocos minutos será devorado por las llamas, con gasolina y tracas estratégicamente colocadas, se sitúan las vallas de seguridad, llegan los bomberos… (señal inequívoca de que el momento cumbre está próximo) en fin todo preparado para la “cremá” que pondrá el broche de oro a todo un año de trabajo, de ilusión y alegría.
A las doce en punto, alicantinos y forasteros centran su atención en un único lugar: el castillo de Santa Bárbara, porque es a esa hora, y no a otra, cuando tiene lugar el lanzamiento de la “palmera”, una enorme y brillante explosión de fuegos de artificio que se divisa desde toda la ciudad y que constituye el pistoletazo de salida del evento más singular de estas fiestas.
La primera en arder es la Hoguera oficial de la plaza del Ayuntamiento y acto seguido, el resto. En pocos minutos toda la ciudad arde al unísono. Es una noche mágica, con los monumentos se quema todo lo negativo del año que termina. El fuego lo purifica todo, y de nuevo, al día siguiente comienza el ciclo: mil proyectos en la cabeza, nuevos bocetos, más ideas, más trabajo, mil actividades. Es la vida, que se destruye para recrearse con fuerzas renovadas.
Pero es junio, hace calor, el fuego aprieta, la calle está llena de niños, jóvenes y no tan jóvenes que no están dispuestos a contemplar el espectáculo sin tomar parte, los cánticos no se hacen esperar “Agua, agua, agua”, sí, el complemento del fuego. Es entonces cuando las mangueras hábilmente dirigidas por los bomberos refrescan el ambiente. Ésta es la “Bañá”. La gente vibra, se excita, pide más y más agua. Es una combinación perfecta.
A los pocos minutos el maravilloso monumento queda reducido a cenizas. Un olor característico se respira por todas partes.
Rápida y eficazmente los servicios de recogida devuelven a la ciudad el aspecto habitual de cualquier otro día. Al despertar del día siguiente parece que no hubiera pasado nada, sólo queda el buen sabor de unos días muy especiales y un ligero agotamiento que se recupera con una buena siesta.