Alicante es una ciudad, desde mi punto de vista, perfecta para vivir; ni muy grande ni demasiado pequeña, cómoda, con un clima excepcional, con un poquito de todo: teatro, ferias, conferencias, cine, algún que otro museo, algún que otro edificio noble como la Iglesia de Santa María o el mismo palacio de la Diputación , tiendas, restaurantes y pubs a montones, en fin, una gozada, y cuando se busca otra cosa, no hay más que montarse en el tren o hacer uso del aeropuerto del Altet, recientemente renovado, acorde con el gran número de visitantes que recibimos cada día .
No es una ciudad monumental aunque sí con grandes espacios abiertos; sus playas de arena dorada y fina son conocidas hasta más allá de nuestras fronteras, la comida, esos arroces, frutas y verduras de la provincia, hacen las delicias de todos los paladares y, como no, nuestras fiestas, les Fogueres de Sant Joan, año tras año atraen a más y más turistas tanto nacionales como internacionales a los que bien por referencias directas o bien por alguna promoción turística, les hacen llegar las excelencias de estas fiestas y de esta tierra. No en vano son unas fiestas declaradas de interés turístico internacional y así se promocionan desde todos los centros turísticos, tanto privados como institucionales de nuestra ciudad. El cartel ganador del concurso anual oficial es el anunciador del evento.
Pero esto no ha sido así en todos los momentos de la historia, por ejemplo en el siglo XIX Alicante era una ciudad que pasaba prácticamente desapercibida para el mundo. Ya a principios del siglo XX comenzó a ser visitada por la nobleza y clases altas que decidían pasar en los balnearios de la época parte de sus días, atraídos por la bonanza del clima y la promoción de estos aires en beneficio de la salud.
Fue en esa primera parte del siglo cuando las Hogueras comenzaron a convertirse en Monumentos, a engrandecerse la Fiesta y a organizarse formalmente como tal (el año 1928 fue clave) y, claro está, se empezó a pensar en ellas como un excelente reclamo para atraer turismo, turismo que a su vez generaría industria, trabajo y en suma un mayor bienestar para todos los alicantinos.
Ya en la segunda mitad de siglo el turismo se fue popularizando, fundamentalmente el turismo nacional, a medida que las condiciones generales de vida fueron mejorando para todo el país. Esta circunstancia incide en la propia concepción de la fiesta, que paulatinamente va adquiriendo un carácter más popular.
En los días actuales de Hogueras la población aumenta considerablemente, la razón es que se vive en la calle, es una fiesta totalmente abierta en la que todo el mundo tiene cabida; gentes de todas las nacionalidades, razas, lengua, edades y condición participan como un alicantino más de las múltiples actividades y, lo que es mejor, nadie queda defraudado y sí muchos sorprendidos.
Los hoteles, los apartamentos de alquiler, los restaurantes, bares y el comercio en general se benefician de la afluencia masiva de personas que acuden a pasar con nosotros estos días.
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Sin duda, no será el principal reclamo de la ciudad, pero evidentemente es uno de los más importantes junto con otros eventos que se programan a lo largo del año con este fin.
Turismo y fiesta, fiesta y turismo parecen estar cada vez más unidos. Entre ambos forman una excelente pareja de baile que nadie se debe perder.